jueves, 20 de marzo de 2014

Tribuna: Matar un ruiseñor - DiarioMedico.com

Tribuna: Matar un ruiseñor - DiarioMedico.com



JUAN JOSÉ DÍAZ FRANCO

Tribuna: Matar un ruiseñor

Hoy se celebra el Día Nacional Contra las Agresiones en el Ámbito Sanitario. El autor denuncia que la impunidad es un aliado de los agresores, ya que la administración de justicia no ejerce su poder coactivo.
Juan José Díaz Franco. Vocal Nacional de Atención Primaria Urbana del CGCOM   |  20/03/2014 00:00

Aunque publicada hace poco más de 50 años, en 1960, Matar un ruiseñor ha convertido a la autora Harper Lee y su obra en un clásico de la moderna literatura estadounidense. La novela, luego llevada al cine, está inspirada en las observaciones de Lee sobre su inmediata realidad social (su familia y sus vecinos), y utiliza la figura del ruiseñor para simbolizar la inocencia y los inocentes que, contra toda justicia, se convierten en víctimas propiciatorias de una sociedad saturada de prejuicios y de suficiencia.
  • De los hechos denunciados solamente terminan en juicio la mitad de ellos, y menos de la tercera parte de los enjuiciados se tipifican como delitos"
  • Los que nutren prácticamente la asistencia médica en los centros de salud, médicos de Familia y pediatras, suelen ser los más castigados por los violentos"
Salvando todas las consideraciones en contra, la celebración hoy 20 de marzo del Día Nacional contra las Agresiones en el Ámbito Sanitario nos devuelve a la filosofía de Matar un ruiseñor, porque aquí y ahora también son aquellos ruiseñores las víctimas actuales de las agresiones, siempre crueles, cobardes e injustificadas, en el ámbito sanitario.
Una reflexión elemental nos llevaría a sorprendernos de que haya surgido la conveniencia social de señalar una jornada para la toma de conciencia de un hecho tan denostable como la agresión al personal sanitario por parte de quienes serían (son y seguirán siendo) sus potenciales beneficiarios. Pero la constatación del número de agresiones anuales -entre 400 y 500 desde 2010- justifican sobradamente esta llamada de atención. Una agresión constituye el exponente más clamoroso del fracaso de la convivencia, de la democracia y de las buenas maneras. Aquellos a los que la naturaleza ha dotado de un temperamento colérico y no han sabido controlarlo en su carácter nunca han comunicado bien. Impactan, pero no dialogan; impresionan, pero no convencen. Y si activan su ira, devienen en antisociales, antisistema o delincuentes. Nada que ver con la profunda armonía del acto médico bien realizado, como sucede en la abrumadora mayoría silente de ellos. En una sociedad civilizada nadie debería tomarse la justicia por su mano y mucho menos de manera tan sumarísima, prepotente y salvaje como sucede en las agresiones a los médicos y resto del personal sanitario. Nadie que agreda físicamente sale victorioso y justiciero tras su torpeza. Su problema, si lo había, se habrá multiplicado por dos o por más nuevos problemas, y la desesperación o la indignación tan mal administradas se pudrirán en ellos.
Al margen de los circuitos neurofisiológicos implicados en la conducta agresiva y de otras posibles consideraciones sociales y emocionales, existe un componente de facilitación para la comisión del hecho delictivo en la imagen corporativa que, con algunas decisiones administrativas para el sector, se proyecta en sus últimos eslabones ejecutivos. Es decir, aquellos que, de cara a los ciudadanos interlocutores, administran, desde su mejor y leal saber y entender profesionales, decisiones en cuya planificación no han participado y cuya filosofía les es, con harta frecuencia, ajena.
Sólo un 10 por ciento de los motivos de agresión se basan en discrepancias personales, en tanto que el resto se distribuyen en un abanico de situaciones ajenas al control del médico o del sanitario de turno: malestar por el funcionamiento interno del centro, tiempo en ser atendido, no prescripción del medicamento, el parte de baja o el informe reclamados por el paciente, discrepancias en la atención médica y otras causas, todas ellas con el denominador común de un continúo que comienza en el planificador sanitario y termina en el ejecutor, teóricamente libre en su diagnosis y prescripción, pero prácticamente vinculado y condicionado por la filosofía de la alta gestión. Y si esto se predica del médico, dedúzcase la situación para el resto del escalafón sanitario.
Tipificación
La impunidad ha venido siendo un triste y patético aliado de los agresores hasta tiempos recientes, en tanto la administración de justicia no ejercía eficazmente su poder coactivo contra esos bizarros infractores. De los hechos denunciados (cerca del 70 por ciento de los casos), solamente terminan en juicio la mitad de ellos, y menos de la tercera parte de los enjuiciados se tipifican como delitos; el resto se consideran faltas.
Pero, con frecuencia, el problema estaba más cerca de lo que se suponía, porque los sanitarios ya venían agredidos desde sus propios referentes administrativos, donde las insuficiencias organizativas, que suelen menudear, se convierten en desestructuración social y laboral. Si quien debe, no controla, eliminándolos o minimizándolos, los riesgos laborales, especialmente los psicosociales u organizacionales, aboca a los trabajadores a su cargo a situaciones de anomia, de  desconcierto, de voluntarismo y de indefensión.
En ese clima donde, además, la extraña consigna buenista ( de la que nadie parece ser responsable) de conceder a los usuarios del sistema la preeminencia en el ejercicio de derechos en conflicto con los de los profesionales sanitarios que les atienden, acaba sembrando en estos el escepticismo y la inhibición, no debiera extrañar a ningún observador objetivo de esta peculiar política administrativa que el potencial agresor vea facilitado su camino para reclamar lo que sea y, de no verse satisfecho, para consumar su premeditada agresión.
No parece disuadir a los energúmenos (en algún caso inimputables por padecimiento mental, uno de cada cuatro) la universalización de la atención sanitaria y su alto grado de calidad y humanidad, ni debiera ser elemento de inmunidad para los potencialmente amenazados el hecho de contar con la presencia en los establecimientos sanitarios de agentes de seguridad provenientes del ámbito privado, en tanto que tres de cada cuatro de los agredidos no cuenta con apoyo o asesoramiento en su lugar de trabajo.
Un matiz diferencial que merece reconocimiento es el de que, dentro del conjunto de la práctica especializada de la medicina, la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria o lo que es lo mismo, los que nutren prácticamente la asistencia médica en los centros de salud (médicos de Familia y pediatras, junto a las urgencias extrahospitalarias), son quienes llevan la peor parte, en tanto que sus integrantes resultan ser los más castigados por los violentos. Casi las tres cuartas partes de los agredidos pertenecen a ese ámbito mencionado, más de la mitad del total a primaria y el resto a las urgencias extrahospitalarias y, en su práctica totalidad, unos y otros, al sector público.
Día Nacional contra las Agresiones en el Ámbito Sanitario: no matar ruiseñores por comisión, por omisión o por desidia.

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